viernes, 6 de agosto de 2010

BOLERO
La olla humea fragancias de cebollas, mondongo, apio, puerro, ajo, panceta. Abro la cerveza, la mezclo con ginebra. Salgo por la puerta de la casa a la calle. En la vereda, apenas iluminada, pasa una bicicleta, un hombre da un beso a una mujer en la esquina de mi cuadra, escucho niños y perros jugar a lo lejos. Una música que invita a bailar suave.
El cielo nocturno y la tierra acompañan la delicia.





INTERIOR DE CUARTO DE HOTEL
Mi cabeza cuelga, con sus pensamientos, en la pared descascarada, cerca de un póster de un atardecer -extraordinariamente dorado-. En el poster hay una playa y una pareja de la mano, caminando cerca de las olas, al pie un poema corto sobre el amor.
Y miro el libro sobre la mesa, que estuve hojeando toda la noche: Dictionnaire Infernal, edición 1818, de Collin de Plancy. El hombre de los dibujos de los seres asombrosos y los catálogos demoníacos.
Por la ventana de mi cuarto llegan voces, sin distinguir lo que hablan, y sonidos de tachos de lata golpeados en la calle.
Cada uno tiene su Dictionnaire Infernal, en este encantador mundo encantado, que vamos dibujando y ocultando toda la vida.
Somos Reyes y Magos negándonos a ver lo invisible.





VIVIENDO EN ALGUNA OTRA PARTE
Como el ron más pesado y de más sabor, como el de Jamaica; así aveces cae el mundo, encima de alguna persona que pasa absolutamente distraída. Que papando moscas camina por ahí, sin saber la fecha en que vive, despertándose a cualquier hora sin saber en que lugar están. Personas que no demuestran ningún tipo de interés, que no saben ni contestan, ineptos de todo servicio.
Como el ron más pesado y de más sabor, como el de Jamaica; así aveces cae el mundo, encima de alguien, dando sabor a los condimentos del día. Linda como una fantasía.





GALLO ROJO
Vi la pintada, decia Gallo Rojo, estaba escrita sobre la pared del Museo del Ejercito, el que queda en la calle Defensa, que mejor nombre para ese museo en esa calle, o no quizas ofensiva hubiese sido mejor nombre, mas valiente. Gallo Rojo, suena combatibo, a guerra civil española. Gallina Roja, tiene algo de alimento picante o de restotan chiquito y popular. El Pollo Rojo, a dibujo animado o a prostibulo. El señor Gallo y su esposa la señora Gallina, ideal para una fabula. El gallo es un animal doméstico y tal vez sea el ave más numerosa del planeta, por lo cual se puede pensar que las aves mas bellas no tiene la suerte de la fea. Usamos su carne, sus huevos, sus plumas, lo que se dice un ave productiba. Su parte heroica, violenta, son las peleas de gallos; donde les colocan navajas en las patas y los obligan a pelear hasta matarse. Tienen cosas parecidas a mucha gente, como ser: aves gregarias que han perdido la facultad del vuelo, las garrapatas, un sistema social con un orden jerárquico, con su macho dominante, que manda sobre todos los demás, las pulgas y un macho sometido a todos, sin contar el kikirikí que canta durante todo el día y sobre todo al amanecer, y su artante clo-clo, habilidad que repiten muchas personas que cruzo por la calle.






MUJER BARBUDA SOBRE TRANSATLÁNTICO EN LLAMAS

Nada es mentira; basta un poco de fe y todo se convierte en verdad.

Louis Jouvet.
Sé lo que es una mala racha.
Recuerdo cuando empezaron a morirse de pena todos mis amigos, y como la cosa es contagiosa, me agarro miedo. No soy muy valiente. Así que vendí mi casa y con ese dinero me embarque en el ultimo viaje en trasatlántico que se haría; ya que ahora la gente quería viajar más rápido hacia cualquier lugar y no lento hacia cualquier lugar.

Para mí era mejor ir lento, hacia cualquier sitio.
Luego de unos días de estar en pleno océano Atlántico advertí que los pasajeros eran gente maravillosa y hermosa, pero nadie me daba bolilla. Estaba solo, pero no triste. Me di cuenta que era un desatino esa soledad, entre esa multitud tan glamorosa. Sentí vergüenza de mí y me escondí en mi camarote para por lo menos evitar ese sentimiento. Encerrado entre esas pequeñas paredes, leía con pasión y desenfreno a Joris-Karl Huysmans hasta dormirme, y por las noches salía a la cubierta principal, y a veces por las bodegas de carga, a fumar y confraternizar con los marinos, a contarles que era insomne, que estaba pasándola muy bien y matábamos el tiempo, hablando de tipos de cabos y de nudos marineros.
El incendio empezó en las bodegas, parece que fue intencional. Vi gente matándose por un mísero salvavidas, arrancándose las caras a rasguños por un bote, un asco. Yo golpe con una madera la cabeza de un tipo que llebaba un hermoso bolso. Me dirigí al bar, había visto un par de botellas que eran un pecado que se fueran al fondo del mar. Luego pase por la enfermería, si las cosas se ponían mal, nunca esta de más algo de morfina. Estaba revolviendo la enfermería, el agua subía hasta mis rodillas, los gritos y estallidos me distraían de mi búsqueda. Como siempre y en todos lados, estaba extraviado, perdido, confundido y todas esas cosas que me hacen perder mi calma y comodidad, tan queridas. La vi pasar por la puerta que daba al pasillo, caminado lentamente, con un vestido rojo y tomando tequila del pico de una botella, fue como si viniera de un sueño o de un recuerdo que nunca existió. Me trajo suerte, encontré el lugar donde estaban las ampollas, y las puse en el bolso marinero donde tenía las bebidas. Con el agua al cuello, muy cansado, por mi pesada carga, flotando entre cadáveres e inmundicias, logre salir a popa donde las cosas estaban bastante movidas, inclinadas y en llamas. Ella estaba allí apoyada en el pasamanos, totalmente calmada, una mujer bellísima con una barba enorme. Le pregunte si no pensaba salvarse, dijo no.
Me tire al mar con mis humildes pertenencias, el agua estaba muy fria y yo aterrado, logre caer cerca de un bote que llevaba a una anciana, su sirvienta y a sus siete perros de pura raza, nade hacia allí, mientras me decían que no había lugar, logre subirme. Mientras intentaban tirarme al agua usando el recurso mas bajo: la violencia, yo solo tenia ojos para ver a la extraña criatura, levante mi vista y estaba allí, una mujer barbuda sobre trasatlántico en llamas, con fondo de estrellas. Hubo una explosión y vi el vestido rojo volar por los aires. Tome los remos, mientras me golpeaban la espalda y los perros me mordían y ladraban, me dirigí a donde había caído la chica del vestido rojo. Tarde en encontrarla porque tuve que amenazar de muerte a la vieja neurótica de clase alta y a su sierva y darle un golpe mortal a un pastor alemán que me estaba arrancando parte de mi saco de corte ingles. Una ola la acerco hacia el bote, estaba de espaldas, la tome del su ropa y logre subirla a la embarcación. Seguí golpeando a los perros con el remo, tirando a un pequines, allí donde duermen los peces. Apartando la barba de su rostro empecé a hacerle respiración artificial, y masajes en su pecho, no sin experimentar cierto placer de ser un buen samaritano, luego tosió y escupió algo de agua, había vuelto a la vida.
Al amanecer, empezaron a molestarnos. Desde otros botes nos pedían si teníamos agua, amablemente les dijimos que no teníamos nada. El tiempo corría y nadie venia a socorrernos. Nos apartamos lentamente de la chusma pedigüeña; allí abrí mi bolsa y empezamos a consumir botellas de vodka, ginebra, whisky, pernod, curazao, pisco y coñac.
Despertamos por los ladridos de los perros hambrientos, con dolor de cabeza y con más sed que antes. No había señales de otros botes, estábamos solos, desesperados.
Comenzamos a matar a los perros, cuando recuperamos algo de fuerza, gracias a un cuchillo que traía en su portaligas la chica con barba. Comíamos carne cruda y bebíamos sangre. El primero que comimos me hacia acordar a un perro de la tele. Los matábamos por turno, manteniéndolos dormidos, gracias a inyecciones de morfina que les daba. El resto de la jornada dormitábamos, posiblemente por comer carne reblandecida con morfina, un nuevo placer culinario; y todo gracias a la proximidad de la muerte. Cuantas cosas uno se priva de vivir y necesita de estos momentos intensos, para agrandar el espacio moral y de gustos.
La señora comenzó a deprimirse, se negaba a comer carne, ya que ella quería a los perros como si fuesen sus hijos, los cuales no tenía. Pasaron unos días, la llorona murió. Tiramos su ropa al agua y yo disimuladamente puse su collar de perlas dentro de mi bolsillo. No tuve que ser muy persuasivo para convencer a las damas, que la señora fuese la cena. Comimos a la burguesía y nos quedamos quietos mirando estrellas, y compartiendo pinchazos.
La criada fue la primera en ver la playa. Lo primero que hice al tocar tierra fue inyectarme la última ampolla de morfina, las chicas me ayudaron, a atarme el brazo con el cinturón y a clavarme la hipodérmica en la mejor vena. Creí que lo hacían ya que distinguían a un adicto, de un consumidor ocasional. Pero en cuanto cuando me di cuenta, ellas se dirigían hacia la selva. Todo era una artimaña para huir de mí. Pero me sentía bien y todo me importaba demasiado poco.
Cuando desperté de una reparadora siesta ya me sentía inquieto y me puse a caminar por donde la había visto por última vez. Odio caminar en la selva, tan llena de peligros, como pisar víboras, llevarse por delante telarañas con arañas enormes y esa cosa de caminar en círculos sin llegar a ningún lado.
El sol me enceguecía, mis ropas estaban todas manchadas de sangre. Olía mal, hasta el asco. Daba unos pasos y me desplomaba, una y otra vez. Llegue hasta una catarata que desembocaba en un pequeño lago, me zambullí, tomaba agua como esponja y me dejaba acariciar por la cascada, luego me tire en la orilla a tratar de dormir y pensar que todo lo sucedido era una fantasía, una ilusión. Un pensamiento muy común en mí.





FICHA TECNICA
Las cartas del Tarot de Marsella, pueden ser escritas, pueden escribir, escribirme, abrir la puerta para ir a jugar y que no me olvide de las almas que no se olvidan de mí.

Eduardo Mateo, convirtió a todas estas letras negras con fondo blanco en colores. Dibujando mundos que casi existen.
La correspondencia Witold Gombrowicz-Jean Dubuffet, me subió sobre una alfombra mágica, y termine aquí.


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